Para una mujer como Samantha, perteneciente a una de las familias más ricas del país y que muy pronto sucederá a su padre al frente de los negocios, recibir propuestas de matrimonio es como el pan nuestro de cada día.
Ella, que no tiene un pelo de tonta, sabe perfectamente cuál es el motivo por el que despierta tanto interés. Es la heredera que puede ayudar a un don nadie a dar un salto cualitativo en el escalafón social o sencillamente aportar una buena dote a algún otro heredero deseoso de aumentar su riqueza.
Pero es consciente de que ninguno de la larga fila de «pasmarotes sin sangre» que la invitan a salir, al teatro, a cenar y demás actividades legítimamente correctas ve más allá, no la ven como la mujer que es. Por lo que rechaza diplomáticamente sus propuestas y se ha resignado a estar sola. Ella tiene suficiente con su trabajo y su familia.
Hasta que tropieza con un hombre que es todo lo contrario a lo que está acostumbrada. No es para nada amable, ni considerado, ni la llevará a cenar ni mucho menos al altar.