Una apasionante novela en la que Lawson escribe sobre cómo la carga del pasado puede condicionar inexorablemente la forma de estar y actuar en el mundo.
Por si aún quedaran dudas de que la novela es el género literario más apropiado para aprehender los infinitos matices que determinan las relaciones humanas, la lectura de esta formidable opera prima de Mary Lawson es la mejor manera de disiparlas. Lawson posee un talento excepcional para dibujar los perfiles psicológicos de sus personajes.
Un fatídico día de verano, los hermanos Morrison, dos chicos y dos niñas, pierden a sus padres en un accidente de tráfico. Rechazando el ofrecimiento de diversos parientes lejanos, los niños optan por evitar la separación y permanecen juntos en la pequeña localidad de Crow Lake, en el agreste norte canadiense. A partir de ese momento, la dura realidad cambiará el futuro de todos. Luke, el mayor, deberá renunciar a los estudios universitarios, cerrándose así las puertas de un futuro prometedor; y Matt, el segundo, asumirá la dirección de la familia, convirtiéndose en un auténtico héroe ante los ojos de Kate y Bo, las dos pequeñas. Y será precisamente el amor y la admiración incondicional hacia su hermano el elemento clave que marcará la vida de Kate.
Años más tarde, en una fugaz visita al paisaje de su infancia, rememorará todo el registro de emociones y sentimientos -desde el gozo de la complicidad hasta el dolor de la pérdida, pasando por la culpa y la liberación- que moldearon su personalidad actual y las vicisitudes de su trayectoria vital.
Voluntariamente ajena a cualquier tipo de artificio, A orillas del lago tiene el sello de autenticidad de los grandes logros literarios, que unido al suave fluir de la narración hacen de este libro una lectura imposible de abandonar.
Reseña:
«Una ficción sólo en apariencia sencilla, de engañosa transparencia, bien articulada, contada con laboriosa naturalidad y tal fluidez y mesura que prende en el lector con sus legítimos recursos de buena narradora... Una historia contada con inteligente sutileza.»
La Vanguardia