La expresión «ser bien educado», que significa tener urbanidad, mostrar una conducta cívica, había caído en desuso e incluso sonaba algo retrógrada. La actual generación de padres y profesores estaba convencida de que bastaba con educar a buenas personas, al margen de las buenas maneras. Y ahora descubrimos con estupefacción que tenemos grandes problemas de convivencia porque somos unos maleducados. ¿Qué nos ha ocurrido?
Salvador Cardús, rehuyendo los sermones apocalípticos sobre la crisis de valores y las sospechosas llamadas al rearme moral, propone un modo alternativo de pensar el civismo al servicio del progreso social y político. Cardús desenmascara la ingenua apología de la espontaneidad así como el autoritarismo que se esconde tras las formas blandas de ejercer la responsabilidad educativa. Y pone de relieve que la creciente informalidad permite imponer con mayor facilidad los gustos del mercado de consumo.