Adolf Muschg es un conocido y prestigiosísimo escritor suizo, autor de novelas y ensayos merecedores de premios literarios tan importantes como, entre otros muchos, el Premio Hermann Hesse (1974), el Gran Premio de Literatura de la ciudad de Zurich (1984) o el Premio Büchner de la Academia Alemana de Lengua y Literatura (1994).
¿Qué indujo a Muschg a adentrarse en el siempre complejo y oscuro mundo del erotismo y, por si fuera poco, en el desconocido y lejano Japón, del que dijo una vez el gran político inglés Winston Churchill que es «una adivinanza envuelta en un misterio envuelto en un enigma»? Por un lado, Muschg se reconoce unido al Japón «por una pasión que no lo abandona»; ya su primera novela, El verano de la liebre, por ejemplo, se desarrolla en Japón, ha escrito varios ensayos sobre este país y su tercera esposa es japonesa. Por otro, como autor del guión de una película basada precisamente en esa novela, formó parte del equipo de rodaje en Kyoto, donde tuvo ocasión de introducirse en el turbio y contradictorio ambiente del sexo en el imperio de los sentidos, gracias a un incidente lo suficientemente inquietante como para animarle a descifrar ese «reino de los signos».
La protagonista de la película se negó durante el rodaje a desnudarse ante las cámaras. Atónito, el equipo de rodaje empezaba ya a preguntarse si los japoneses atravesaban una oleada de pudor desconocida en Europa, cuando, una noche, en un sex-club del «barrio del farorillo rojo», es testigo de una bacanal milimétricamente calculada y puesta en escena con elementos de alta tecnología. Muschg, con precisión casi científica, nos cuenta cómo, estimulados por la obscenidad del espectáculo, los espectadores japoneses van poco a poco subiendo al escenario a saciar su apetito sexual en un estudiado ritual colectivo, digno del Marqués de Sade. Si los japoneses están dispuestos a exhibir su sexualidad ante un público occidental de mirones, entonces ¿por qué la joven actriz se niega a proyectar su desnudez en una pantalla?
En este relato autobiográfico, Muschg nos introduce en el «alma erótica» de una cultura para nosotros misteriosa, en la que la vergüenza no tiene nada que ver con la sexualidad... De hecho, la mojigatería no es sino una condición previa de la obscenidad.